jueves, 18 de septiembre de 2008

Todo está desfasado.

Las cubeteras pierden y no entran en el congelador. Hay bordes superpuestos entre los escalones de las casas, las paredes perdieron escuadra y hay oscuridades que se cuelan bajo las puertas.

Aparecieron rayas opacas en los vidrios, que interfieren cuando se quiere ver la luz de la mañana. Y como son filosas y negras, duelen bastante en los ojos. Se van a necesitar horas y horas de trabajo para acomodar este desperfecto, quizás el más doloroso de todos, por el tema de las mañanas (la mañana es el aspecto de clave del día, esto no es novedad para nadie).

Los ruidos a sábado parecen de lunes a la tarde, y el diario del domingo no vino a tiempo. Hace demasiado frío en las sábanas de septiembre para leer a Woolf, y no hay Tarcovsky ni Lynch porque la imagen hoy es otra cosa- cosa que no está del todo mal-.

Lo peor es lo que pasa con los diálogos. Van bien hasta cierto punto: la dirección, el tono, hasta el sentido aventurado se mantienen, en principio, dentro de los márgenes tolerables. Y sin embargo, un segundo basta para provocar el fastidio colectivo: con sorna evidente –y con el secreto propósito de sacar de quicio a más de uno-, las líneas se cruzan, frescas y desentendidas de sus principios inaugurales. Con lo cual: una invitación que nunca fue contestada se transforma en una respuesta a un comentario (que no era invitación) de otro, que lo que estaba haciendo en verdad era comentar algo al pasar para ver si pasaba algo. Y como la respuesta es ese comentario menos explícito de lo aconsejable, entonces es tomado como un sí a secas, a la luz de las circunstancias y de acuerdo a recriminaciones posteriores, mucho menos efusivo que el amor eterno -decorosamente irreal, por supuesto-, anhelado por unas manos que buscaban sin ver. Que a su vez y por esa misma razón, encontraron ranas en la boca. Esas intrusas, nauseabundas e insospechadas ranas. Y entonces las manos empezaron a tironear de las patas pero venían otras patas, y no paraban de salir patas de esa boca. Y esas manitos viscosas que se estiraban como elásticos interminables, porque había partes cosidas a las encías y al paladar, obstinados pedazos de rana entre hilos pegoteados y viscosos.

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Todo puede entenderse, porque todo es prestado. Todo, salvo ese pálido pero insolente olor a cebolla frita mezclado con el café de la mañana. Aún así, la máquina barredora del Servicio de Alumbrado, Barrido y Limpieza Municipal volverá a pasar a las 7.42, unos minutos antes de salir para el trabajo.

(Lo literal mata al lenguaje).


polentaconpajaritos

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