Imaginemos a una escritora bella como una orquídea, cuyo afán de soledad le valió reputación de inaccesible y vive envuelta en un cierto aura mítico, perfume irresistible para un leal puñado de devotos lectores.
Imaginemos ahora que alguien llama a su puerta una mañana, acude a abrir y ve a una joven despeinada, con un diario en una mano y un paquete rarísimo en la otra, que le dice con gran excitación: “Soy tímida pero tengo derecho a tener mis impulsos; lo que usted escribió hoy en el diario fue exactamente lo que siento, y entonces yo, que vivo enfrente de su casa y vi su incendio y sé por la luz encendida cuándo usted está con insomnio, yo, entonces le traje un pulpo”.
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