martes, 4 de marzo de 2008

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La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron; sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los inmortales.

B.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de regreso después de un período de merecidas vacaciones. Si les sirve de algo, me gusta la nueva imagen del blog. Eso por el lado de la forma.
Del fondo no digo nada, porque todo sigue igual (de bien) que antes. Saludos cordiales.
En relación al texto, si este comentario resultara mi último acto, por favor transfórmenlo en algo que trascienda mi muerte.
Gracias por su amabilidad.
Pancho anónimo

Miércoles! dijo...

vamo pancho carajo que miércoles! te quiere ver cantar.