miércoles, 7 de noviembre de 2007

El rosario en el muro

Al cabo de dos horas de cortometrajes en el Salón Rivadavia con suerte dispar, comienza la proyección de Nacido y Criado (Pablo Trapero) en el Teatro Municipal. Veinte horas del día martes. Entonces aprovecho para ir anotando ciertas cosas de la peli en una libreta de tamaño reducido que me regalaron hace poco. Sí, ya sé, esto último viene a cuento de nada, pero quería decirlo. Estamos frente al último film de uno de los directores pioneros en eso que muchos dieron por llamar “nuevo cine argentino”, que sirve más para vender un producto al exterior que para describir fielmente una cierta realidad no-homogénea por la que ha transitado y se intenta transitar en nuestro cine. Y Trapero, como el resto de la primera y más interesante troup, debe revalidar en sus continuos trabajos lo hecho en su primero (Mundo Grúa). Así es que nos encontramos ante una historia que partimos viendo con más dudas que certezas, muchas de las cuáles se afianzarán, y otras serán disipadas por el paso de los fotogramas en la pantalla (pantalla que, a mí me pareció, no termina de tener bien enfocada la imagen; y la cuál no es bien acompañada por un sonido deficiente, cerrado).

Nacido y Criado no es la mejor película de Trapero, y sin embargo le alcanza para afianzarse, hasta ahora, como una de las mejores ficciones de la Muestra. Parto de una apreciación sobre él y su dirección. Creo que un buen director se percibe inicialmente en la idea de una buena colocación de cámara (lo que implica una buena toma, como algo base). Eso Trapero lo suele lograr seguido. Al ver esta película uno tiene la sensación de que lo que nos está mostrando (= enfocando), es lo que debía mostrarnos. La cámara interroga al protagonista, lo interpela, lo hurga en cada plano. Un protagonista (Guillermo Pfening) que encaja mejor en este papel que en el de El Resultado del Amor. Aquí interpreta a Santiago, un hombre que en un accidente de tránsito pierde a su esposa y su hija (o eso cree), y a partir de ese hecho decide escapar hacia el sur sin cesar en sus intentos esporádicos y desganados de encontrarlas. Y aquí con encontramos con un par de aspectos a tener en cuenta: el proceso de transformación del personaje, el paisaje, la crudeza.
Trapero vuelve a su primer film en un aspecto clave: la crudeza. Pero no una crudeza de mostrar en primer plano una muerte o una desangrada (si bien un par de veces enfoca la piel quemada de Santiago, hay que decirlo), sino una crudeza narrativa. Trapero casi no utiliza fundidos ni entrelazado, es todo corte, las escenas duran muy poco y constan de diálogos mínimos (aquí dejará bastante que desear la actuación del amigo de Santiago). No intenta basarse en el suspenso que puede provocar una escena en el medio de la nada, con un estado mental alterándose. Trapero decide tirar todo lo que va viendo que le sucede a Santiago en su desesperación, en su negación al pasado reciente, en su inmovilidad, en su dejar pasar. Santiago necesita sufrir, obligarse, trabajar en la pista de aviones viendo todos los días gente que viaja a Buenos Aires, y él ahí, estático. Pareciera que al sur no se va para re-comenzar una vida, o vivirla en plenitud, sino para escapar/huir de otra. Y sabemos que el tiempo no cura ni cicatriza (eso es para letras de boleros o cosas así, capaz), sino que oculta. Santiago opta por esa nueva forma de vida para ocultarse, para no ver su reflejo, se fue para no estar. El trabajo poco le interesa en ese proceso.

En esa transformación interna progresiva de Santiago (que incluirá delirios, alucinaciones, reacciones físicas y mentiras, entre otras cosas), el paisaje lo irá condicionando y determinando todo el tiempo. La inmensidad blanca que va tapando y reduciendo a los personajes, que con su niebla los homogeneizará en una nada donde el tiempo y el espacio se dilatan, será aquí mejor retratada que en El Aura (por citar otra película que se centre en ese tipo de geografía). Y si al paisaje omnipresente le sumamos los (pocos) personajes cotidianos (esos “zombies” – como los denomina el amigo y compañero de trabajo de Santiago –), entonces el resultado no es el más prometedor para un hombre que intenta encontrar allí una respuesta que no quiere hallar para unas preguntas que no se atreve a formular.
Por último, es sabido que una opinión sobre una película debe saltearse las obviedades de “buenos encuadres”, “buena música”, “buena fotografía”. Así que sólo diré: buenos encuadres (densos y terriblemente atmosféricos), buena música (mezclar a Palo Pandolfo con Voces Blancas es realmente digno de apreciar. La voz del ex líder de Don Cornelio y la Zona pegará a tono con determinadas escenas de plegarias furiosas y búsquedas inconscientes hacia la nada. Nueva aparición de P. P. después de testimoniar en un documental muy interesante, Sueños de Polvorón, si pueden conseguirlo, véanlo. Va en concordancia al estilo de Buscando a Reynols), y buena fotografía (el blanco del día en exteriores, el amarillo en interiores, la noche azul).
Termino de apuntar en la libretita, el resto de Miércoles! presente enfila hacia Agua (no hacer analogías bíblicas ni nada de eso). Prefiero quedarme a ver Tres de Corazones. Fue mejor de lo que pensaba. Última noche de “cine inusual” en La Gaviota (una muy interesante Tertulias). Pero eso ya es otra historia. Y el post se volvió a hacer muy largo. Puta che.
G.S.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustaría poder debatir sobre la peli y decir cosas como "no estoy para nada de acuerdo con tal cosa que decís, que está como en la mitad de tu texto..." así aliento a los remolones que no quieran leer a que lo lean.
Me pareció por demás interesante. Y no es tan largo, papá, se parece a esas pelis que terminan y no te das cuenta que duraron 3 horas. Ponele un "Magnolia" si se quiere.
Debido a mi incapacidad cerebral sólo atino a escribir esto.
Ah, che! Y lo mataste al pobre de Federico Ezquerro, yo lo re banco! ....¿?

PD: muy buena la revista! (re que confundía los soportes, estaba muy mal el tipo...)