martes, 10 de febrero de 2009

¡¡Era una obviedad!!

Ahora comprendo cómo se sentía Charles Darwin cuando estaba a punto de publicar “El Origen de las Especies”. No voy a comparar la teoría que este naturalista publicó en 1859, sabiendo que con ella se iba a exponer a infinitas críticas, con la mía. Además, con mi irrefutable teoría yo no voy a insultar a nadie diciéndole que sus parientes son monos. Al igual que Charles tengo dudas en algunos detalles que pueden dar lugar a ciertas controversias, pero estoy convencido de que son menos que las que atormentaban al viejo Darwin.
Con mi fascinante novedad no pretendo pisotear la memoria del astrónomo polaco Nicolás Copérnico. Aunque aquí quede claro su grosero error al abandonar la creencia de que el hombre es el centro del universo, cometiendo la herejía de hacerlo girar alrededor del sol, respeto mucho sus más de veinticinco años trabajando en su obra maestra; en 1530 terminó "De revolutionibus orbium coelestium" (De las revoluciones de los cuerpos celestes), pero seis meses antes de concluirse la impresión de los primeros mil ejemplares, Copérnico sufrió un ataque de apoplejía. Pocas horas después de tener en sus manos un ejemplar, el 24 de mayo de 1543, Copérnico murió. Sus fallidas conclusiones y su falta de sentido común al pensar, por ejemplo, que Dios, indiscutido creador del universo, gira como bola sin manija a merced del sol, han aumentado la ignorancia que el hombre del 2000 tiene como fiel compañera. Sabemos que, desde los diez años de edad, Nicolás, inconscientemente, engendró un odio muy grande hacia la Sagrada Iglesia Católica. Quizá el incidente que cuando era un niño sostuvo con el párroco de Thorn, a orillas del Río Vístula, o la pésima relación que siempre tuvo con su tío, el Obispo Lucas Watzelrode, quien asumió la responsabilidad de educarlo cuando murió su padre, motivó al muchacho a usar toda su capacidad, que sin ninguna duda sobresalía a la de sus contemporáneos, contra lo que su Santísima Santidad decía. Su teoría, llamada Heliocéntrica, se opone al concepto Geocéntrico vigente desde épocas de Aristóteles, propuesto por Claudio Ptolomeo. Sorprendentemente (para mí), la idea de Copérnico fue apoyada por “el padre de las ciencias”, Galileo Galilei.
Voy a comenzar a detallar mi apasionante teoría, mi idea no es la de un loco apasionado por la naturaleza (aunque lo soy), ni la de un desquiciado cautivado por el romanticismo que inspiran las flores. Es algo mucho más empírico, algo que va más allá de lo originado solamente por los sentimientos. Aunque sólo parezca un esfuerzo de amor, es algo (y acá quedará claro), comprobado y avalado científicamente. Procedo a comentarles: mi teoría no solamente pone al hombre fijo y al sol, los planetas y sus satélites girando a su alrededor, sino que propone que el eje central sea algo bien terrenal, palpable por nosotros (palpable y comible). A esta altura de mi relato ya deben saber a que me refiero, su nombre lo dice. Es... ¡¿qué era?!, ah sí sí, el centro del universo es, aunque me cueste mucho decirlo, ya que soy zoólogo y desearía que ese rol tan importante y primordial lo ocupase un animal, pero el protagonista de mi extraordinaria teoría es un vegetal, una dicotiledónea de la familia de las compuestas, Helianthus annus, con una inflorescencia dorada que puede medir hasta cincuenta centímetros de diámetro, dueño de una imprescindible raíz pivotante; su nombre vulgar lo adueña de mi idea, GIRASOL. Noten que no se llama gira con el sol o siempre mira hacia donde está el sol; en resumen de una traducción mezcla del latín y el griego, con ayuda del guaraní y un dialecto forjado en la villa de Fuerte Apache, Girasol = que gira al sol, o sea que estas bellas plantitas, que adornan los hermosos monocultivos que invaden el pastizal pampeano, son las encargadas de mover al sol. En este ensayo preliminar, en el que doy a conocer la idea que ocupó mi cabeza muchas noches de droga y alcohol sin limites, sólo me voy a limitar a contarles lo referente al punto principal de mi postulado, el girasol. Seguramente en futuras publicaciones al respecto me explayaré más, pero sepan que el girasol en su tarea de manejar al sol cuenta con la colaboración del Cóndor Andino, encargado de ocultarlo bien atrás de los Andes para que el merecido descanso de los girasoles no se vea interrumpido por los rayos del travieso sol. Como al cóndor también podríamos mencionar a otros tantos auxiliares que sin fines de lucro ayudan día tras día en esta importante faena.
Realmente no comprendo cómo no se le ocurrió a nadie esto, si es tan evidente. Yo siempre pensé que ninguno lo decía porque era una obviedad, pero el otro día, en un canal de cable (en casa de un vecino), vi un documental dando por cierta la teoría de Copérnico, al principio creí que era en broma, ¡pero no!, el locutor impostaba la voz y todo.
Bueno, para qué explicar lo que todos ya saben. Los girasoles al amanecer empiezan a mirar al este, como diciendo “aparecé, aparecé”, y ahí nomás respondiendo a su llamado asoma el sol, con el correr del día los girasoles van girando al sol hacia el oeste, calculando que en el crepúsculo éste esté listo para ocultarse detrás de los Andes. ¡¡Es tan simple como eso!!. Las criticas con las cuales mi excelente teoría se puede llegar a confrontar seguramente provendrán de las personas que miran todo el tiempo para atrás. Ya escuché a muchos decir socarronamente: “el origen del girasol se remonta a 3.000 años a.C. y el universo ¡es un poquito más viejo!”. Al girasol lo comenzaron a cultivar en el norte de México y oeste de Estados Unidos, ya que fue cosechado por las tribus indígenas de Nuevo México y Arizona. Un pequeño detalle en el que me tengo que sentar a pensar (¡ojo!, también puedo pensar acostado), es una imperceptible contradicción que descubrí revisando bibliografía, se los digo bajito: el hombre se originó en el continente africano y el girasol en el americano, o sea que anduvieron unos cuantos kilómetros a oscuras.
Ese mismo locutor, o el de al lado (¡eran iguales!), en los cincuenta minutos que duró el programa (creo que lo agarré empezado), repitió hasta el hartazgo el término “Sistema Solar”, mi rápida perspicacia no tardó en alertarme que esa forma de denominar a nuestro sistema planetario ponía un tremendo empeño en valorizar al sol sobre todas las cosas, especialmente sobre el girasol. En ese momento el científico con ansias de desarraigar los mitos que sustentan a la sociedad en una ignorancia supina, salió desde muy adentro y saltó con más fuerzas que Silvio Soldán, gritando esperanzado en que una nueva generación lo escuche y llene sus oídos con la expresión: “Sistema Girasolar”.
Un fuerte apoyo a mi acierto es la ocurrencia de los llamados eclipses, a los que la ciencia aún hoy no les encuentra explicación. Los astrónomos tratan de justificar sus sueldos diciendo que un eclipse es la ocultación transitoria, total o parcial, de un astro por interposición de otro. Nos subestiman con patrañas, es mucho más fácil, lógico e irrefutable pensar que estos eventos suceden cuando, simplemente, los girasoles se distraen.
Lo que más me ha empujado a dar a conocer la labor desarrollada durante esas largas “noches de droga y alcohol sin limites”, que cuando la correlación de fuerzas ayudaba eran acompañadas de un desquiciado frenesí sexual, entre sombras y ternuras el secreto de mis más celebres pensamientos permaneció sepultado en un hermético silencio... decía que lo que me abalanzó a enterar al mundo de la verdad (¡posta posta!), es el miedo que me produce ver que se realizan gastos en vano: fabricar heladeras libres de Clorofluorocarbono y libres de Hidroclorofluorocarbono, combatir el uso indiscriminado de aerosoles y demás esfuerzos por preservar la capa de ozono, para que ésta nos proteja de los vigorosos rayos del sol. ¡¡Como siempre!!, no me quiero enojar pero a los problemas hay que atacarlos desde su raíz. Es obvio que mucho más importante que defendernos de los rayos nocivos del sol, es permitir que la fuente de vida esencial, el sol, siga surcando los cielos de la tierra (si existen dudas al respecto de lo esencial de la relación del sol con la vida, consultar a los grandes dinosaurios que sufrieron la extinción de hace 65 millones de años). Para que la vida continúe, la primera prioridad es asegurarse de que siempre haya girasoles valientes y fuertes capaces de trasladar al sol con su “mirada”. Para que esta tarea tenga éxito es imprescindible atacar a las alimañas que atentan contra nuestros héroes. Espero que todo el mundo se informe de cómo reconocer a estos maléficos personajes que día tras día, a veces demostrando cierta inocencia e ingenuidad, atentan contra la vida de todos los seres vivos que habitamos la tierra. Los más dañinos “malos” a tener e cuenta son: Oruga cortadora áspera (Agrotis maléfida); Oruga cortadora parda (Porosagrotis gypaetina); Gusano grasiento (Agrotis ipsilon); Gusano variado (Peridroma saucia); Gusanos blancos (Cylocephala spp.); Bicho candado (Diloboderus abderus); Gusanos alambre (Agriotes spp., Conoderus spp.); Escarabajo escrito o larva aterciopelada (Chauliognathus scriptus); Tenebriónido del girasol (Blapstinus punctulatus); Astilo moteado (Astylus atromaculatus); Gorgojos (Pantomorus spp., Listroderes spp., Eurymetopus fallas); Grillo subterráneo (Anurogryllus muticus);
Hormigas cortadoras (Atta spp., Acromiyrmex spp.); Babosas y caracoles; Isoca medidora (Rachiplusia nu); Gata peluda norteamericana (Spilosoma virginica); Tucuras (Dichroplus spp., Tropinotus spp.); Agromizido del tallo (Melanogromyza cunctanoides). El identikit se los debo, éstos que aquí señalo, con nombre y apellido, y otros más, que por temas de publicidad no se me permitió nombrar aquí, son sin duda alguna seres que inescrupulosamente juegan con la integridad de toda la comunidad biótica del Sistema Girasolar (erróneamente denominado Sistema Solar).
Con este ensayo preliminar considero haber cumplido con mi primer objetivo: informar con objetividad y claridad acerca del dinamismo de los astros del universo, alertar y poner en pie de guerra a todos los terrícolas contra las ladinas y perversas sabandijas que cotidianamente ponen en peligro nuestras vidas.

Tincho.

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