Dijo que necesitaba una pizarra para ordenar sus superposiciones horarias. Que quería comprar una pizarra. Ella contestó que lo que necesitaba era tener constancia gráfica y diaria de su tiempo apelmazado, y que eso resultaba atroz.
El miró extrañado, como tomando distancia. Caminaron un poco. Entraron, salieron, dijeron que acá no había pizarras. Volvieron a entrar, pero en otro lugar. Dos tipos cruzados de brazos charlaban apoyados en una mesa redonda de fórmica color cremita (no existe otra manera de nombrar el color de esa clase de fórmica). Algo de unos jugadores, que a las cinco se tenían que ir, tulipas de vidrio, tulipas de metal.
Pequeñosobjetosturquesas, pequeñosobjetosturquesas. Canillas, ejes de madera para tubo de papel higiénico, muchos, todos encimados en una canasta de plástico. Arandelas. Tapas para envasado al vacío. Tijeritas. Libros en castellano. Un libro que le pareció que había estado en lo de su abuela. Libros en alemán. Revistas en alemán. No poder resistir a las clasificaciones. Jaboneras blancas y latas de aros de pistón.
De repente el frasco.
Y casi en el fondo, destellaba insignificancia. No existo, no existo, no existo pero mirá cómo desparramo rayos fulminantes que desdibujan todo lo demás. La virola dorada enmarcaba lo descascarado de la pintura turquesa algo berreta. Un tirador de cajón. Redondo, inapelable. Y entonces ella con fruición empezó a sacudir el frasco, y con fruición revolvía queriendo que el tirador de cajón turquesa saltara lo más rápido posible de ese antro de nimiedades enfrascadas. Hagamos justicia: había otros tiradores de cajón. Pero de madera virgen, para ser precisos.
Cuando fueron a pagar, jugaron con autitos que costaban entre treinta y cuarenta dólares en San Telmo y por internet, marca tío Mario.
Según entendidos, el tío Mario fue un ser bastante despreciable que a través de discusiones y disputas zanjadas de manera non-sancta, provocó la fractura de la legendaria empresa familiar Duravit S.A. en junio del 72. Contra lo pronosticado en su momento, la vileza de sus intenciones no lo llevó mucho más lejos, y quedó confinado para siempre al triste lugar de segundón, al punto tal de que en la actualidad muy pocas personas reconocen siquiera haber escuchado hablar de la marca tío Mario.
Cuando era chica, mi auto Duravit era un Citroen turquesa (y mi rodado favorito un tractor).
1 comentario:
perfecto.
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