jueves, 28 de mayo de 2009

Una de las encuestas surrealistas más célebres comenzaba con esta pregunta: "¿Qué esperanza pone usted en
el amor?". Yo respondí: "Si amo, toda la esperanza. Si no amo, ninguna". Amar nos parecía indispensable para la vida, para toda acción, para todo pensamiento, para toda búsqueda.
Un extraño suicidio que se produjo en Madrid hacia 1920, cuando yo vivía en la Residecia, me fascinó durante mucho tiempo. En un barrio que se llama Amaniel, un estudiante y su novia se dieron muerte en el jardín del restaurante. Se sabía que estaban apasionadamente enamorados el uno del otro. Sus familias, que se conocían, mantenían excelentes relaciones. Cuando se le practicó la autopsia a la muchacha, se descubrió que era virgen.
En apariencia no existía ningún problema, ningún obstáculo para la unión de aquellos dos jóvenes, "los amantes de Amariel". Se disponían a casarse. Entonces, ¿por qué aquel doble suicidio? No aportaré gran luz sobre este misterio. Pero acaso un amor apasionado, sublime, que alcanza con el nivel más elevado de la llama, es incompatible con la vida. Es demasiado grande, demasiado fuerte para ella. Sólo la muerte puede acogerlo.
Hablo aquí y allí del amor, y de los amores que forman parte de toda existencia.
[...]

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