jueves, 23 de julio de 2009

El vaso se llena mientras el paraguas resiste.
Hoy día, aquí mismo, no todo es tan desastroso y triste. Debo (o creo que es así –y como todo: en tono solemne-) explicar o describir sin defender aunque eso suceda, la situación de un acontecer en el que la cosa no tan solo comienza, si no que persiste. El persistir del comenzar que no termina.
“Una noche senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. Yo me he armado contra la justicia. Yo me he fugado. ¡Oh brujas, oh miseria, odio, mi tesoro fue confiado a vosotros!” (a.r)
El video muestra gente que se sorprende pescando. Como si pescar no fuera esperar la sorpresa. El azafato olvida traer mi cerveza. Lo busco, pero se escabulle como avión entre las nubes. (lo veo). Y el pelado que me prestó esta tinta en lapicera de muy mala gana sobrelleva su suerte. Toma aspirinas del azafato y no confía en la muerte. Punto débil éste ultimo; cómo no confiar en la muerte, si es un estadio con brumas, de lo más seguro. Seguro seguro, no: acá me apuntan de los catalépticos y los suicidas, pero por suerte eso no es la muerte, sino la vida. La vida que construye desastres insostenibles y a la altura del piso (con la gravedad que le confiere) todo el peso resiste y qué, qué de qué: ¿Y mi cerveza? Aquí llegó, con espuma y todo, a temperatura justa y de algún modo en forma de despedida, como con las cosas únicas: vemos morir el instante en el llanto del momento siguiente. Instante éste, éste, éste, éste, ése no, aquél no: éste.

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