La noche estaba servida

La noche estaba servida. Silbaba como los autos y camiones y colectivos y motonetas le habían enseñado. Un cenicero de blanca mate cerámica dibujaba la luna. Las migajas rebozaban el mantel de estrellas. Para dos. La noche se derretía, candelabros de bronce se hacían charcos en las calles, naranjas y agonizantes reflejaban la eternidad de su seducción en la penumbra. Transeúntes zombíes recorrían las veredas húmedas y se perdían en las sombras de los álamos. El vino se servía en la agonía y el tiempo corría tras un espejo distorsionado de oscuras y efímeras imágenes. Mañanas con escarchas en el campo, la rural Falcon azul noche, el temor a enloquecer, el psiquiátrico, la leonera, un guitarra acústica, un rompecabezas, sangre, rivotril. Solo. La luz se consumía y el hombre de tez tan blanca como la luna y pelo tan oscuro como la sombra de sus cráteres iba perdiéndose en el espejo como la irritante bocina de un tren en la perspectiva del horizonte. La parafina caía como lava al vacío, la noche se extinguía. Los dientes teñidos de malbec rieron en la oscuridad con la ironía del llanto desgarrador que la asechándolos.

La lluvia salpicaba los mosaicos, la cortina se había caído con los descoordinados movimientos etílicos. Pensó mañana va a ser un desastre. Rió sin cancicción, como queriendo demostrar algo, y se dijo ¡al diablo!

El espejo había explotado y desgarrado la carne como un carnicera sádico, ríos rojos caían como cascadas de la bañera, nadaban por el pasillo, se escurrían por debajo de la hendidura de la puerta en la insipiente mañana hasta la tinta de un periódico y las lágrimas de una mujer que la sangre creía extinta.

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